domingo, 15 de junio de 2008

Joven para la muerte.

Bajo este rimbombante nombre presenté los siguientes poemas al III Premio de Poesía Vicente Martín, en Torrejón de la Calzada, en la modalidad local de la que resulté ganador (poco mérito ciertamente, ya que sólo se presentaron cuatro obras). El título está tomado de un poema de José García Nieto llamado, curiosamente, Joven para la muerte.


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Soy joven para la muerte. Si mañana encontraran mi cadáver o alguien se enterase de mi muerte todos dirían “Era tan joven”. Soy joven para tener hijos (tal y como está hoy la vida), para tener mi trabajo (tal y como está hoy la vida), para tener mi casa (tal y como está hoy la vida).
Soy joven para la muerte y además tardo en morirme de amor como cualquiera. O tal vez más. Qué sé yo.
Pero a la vez soy viejo. No exactamente en mi espejo o en mi cuerpo. Soy viejo para el beso primero engañando a una chiquilla. Soy viejo para mi mano en su seno y su boca en mi cuello. Y viejo para mi mano en su sexo y el silencio espeso de después y la risa tonta de un poco más después.
Viejo para descubrimientos asombrosos. Y viejo para esos gestos que aún no conozco. Viejo para la intimidad del tú y el yo y sin nadie más en el mundo que es ahora este cuarto o sólo tu vientre rodeado por mis manos. Viejo para la vida de ahora, de hace diez años, cuando tenía quince y no quería saber, pero sabía.
Viejo para casi todo aquello que requiera a alguien más que no sea yo. Viejo para aprender tantas cosas que si muriera ahora muchos tendrían que decir “Qué joven era, pero que viejo parece si le miras dos veces y te fijas en sus dos manos juntas sobre el pecho”.

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Que quede claro que no es la muerte la que mata. La muerte sólo parece un estado. O como mucho un proceso. Es la vida la que te mata. Tal como suena. (La vida es una muerte entre paréntesis.)
Y la muerte una vida con puntos suspensivos…
Sólo hay que esperar para verlo.
Pero como yo siempre me equivoco la vida será una muerte con puntos suspensivos…
(Y la muerte una vida entre paréntesis.)
Para que quede claro voy a ponerlo entre comillas “Me estoy muriendo ahora” “Te estoy queriendo ahora” “Estoy viviendo ahora”.
Y añado entre exclamaciones ¡Qué pena que no estés aquí para verlo!
¿Hay alguien ahí?

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Digo vivir, pero no me lo creo. Lo digo sin decirlo, poco a poco para que la vida me salga así, lenta y espaciosa, delicada y cotidiana.
Pienso vivir, pero no me lo creo. No me convenzo de que quiera vivir realmente, de que quiera esa vida que todos viven o esa otra que yo me procuro.
Pido vivir, pero no termino de creérmelo, como si fuera mentira, como si realmente no quisiera otra vida, u otra muerte, diferente de la que ahora vivo.

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Vivo de mentira, inventando mi vida en cada frase que escribo. Esto que escribo ahora y todo lo que escribí y lo que escribiré después es mentira. Lo he inventado. En realidad no existes tú, no la tú que yo escribo y beso y acaricio. Tampoco existen los demás, ni los árboles, las casas, las ventanas, son pura invención, mentira de mi vida vacía, entretenimientos que invento para mantener el cuerpo esperanzado.
Vivo de mentira incluso la vida de verdad. Doy pasos falsos, que parece que se alejan y están cada vez más cerca. Digo palabras que no creo, que no son ciertas ni siquiera en su pronunciación. Vivo de mentira.
Pero no en la mentira, no en esos cuentos felices o fantásticos que componen la ficción. Y es una pena, y lo siento.
Todo parece más fácil y bello en la ficción, en la mentira. El bueno y la hermosa siempre encuentran el camino, por mínimo que sea para darse ese beso. “Cuando tú vengas, ese será el momento en que París esté más bello.”
Es una pena no vivir en la ficción, en esa mentira espléndida donde todo o casi todo acaba bien o tiene al menos un orden coherente, una claridad imposible de hechos consecuentes. Es una lástima.
Es una pena tener que inventar esta mentira imperfecta donde a veces beso a una representación, un remedo de ti.
Y es una pena tener que mentir, no poder vivir en la verdad.
Vivo de mentira, inventando mi vida en cada frase que escribo, mintiendo en cada letra, incapaz de poner verdad en una sola frase.
Vivo de mentira y no dejo de pensar que tal vez se vive aquí mejor que en otro sitio.

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Seguramente lo mejor sería vivir bajo mínimos, al límite mismo del no vivir. Seguramente lo mejor sería no escribir y leer muy poco. Ver las películas justas. No preocuparse. Dejar las pastillas. Dedicarse a vivir despacio, comiendo, bebiendo, durmiendo más. Amar un poco más de lo justo.
Y olvidar.
Dejar de ser cruel, con todas sus dificultades. Reducir al mínimo la ternura, unas pocas caricias, algún recuerdo, una sonrisa para los niños.
No ser tierno ni cruel.
Lo mejor sería esa vida básica y sentimental. Pero me temo que no estoy preparado para ella.