miércoles, 24 de febrero de 2010

NO VOY

Como tú sólo eres tú en la cercanía, puedo no pensar en ti en la distancia. Como tú sólo eres tú y nada más que tú en la cercanía, me alejo de ti todo lo que puedo, porque así estoy más tranquilo. Me crece menos el pelo. Y puedo no pensarte si no te estoy viendo mirarme. Y no tengo que correr porque te has vuelto a acercar a mí y me has dicho algo y he vuelto a sentir que se me agolpan las palabras en la lengua y que tengo que decírtelas. Esas palabras. Y por eso, porque te has acercado, vuelvo a correr y no te insulto, porque ya no tengo fuerzas para buscar más palabras o para parar las que he ido pensando. Y corro. Porque realmente no sé qué más hacer. Sólo puedo seguir. Y esperar que estés lejos. Y ya perderé el equilibrio cuando te acerques. Y lo recuperaré cuando te vayas. No voy a seguir. No voy a seguirte. Me he cansado de ser bueno, de que me digas que soy bueno. De que te acerques y me digas lo bueno que soy. No voy. Como tú no eres tú cuando estás lejos y no te veo, ni te acercas, puedo no pensar en ti, o pensar un poco y regodearme en ese miedo incontenible, ese miedo que nunca me dará cesantía, y luego dejarte y no pensarte ni nada, acabarte. Y como ahora soy menos yo o tal vez otro yo, pues me alejo de ti lo que puedo. No voy. No voy. Pero lo sabes. No digo que no. Esperaré.

jueves, 28 de enero de 2010

CONTIGO

Cuando hablo contigo se me ha aplaca el hombre salvaje. Se me calma. Se me cae. Después, cuando te vas, cuando no estás, me dura algo esa calma. Pero, poco a poco, me crece otra vez el hombre salvaje. Y salgo a correr y me digo, corro por no insultarla. Y no te insulto. Y corro más que nunca. Y me callo más que nunca. Porque siempre te vas. Y no estás. Y no te insulto. Y a veces me crecen las ganas de insultarte. Y de insultarme. Y de arrancarme las palabras que me voy guardando. Sacármelas. Sacármelas. No decirlas. Arrancármelas de dentro. Quitármelas para siempre. Decirlas de tal forma que sea la forma definitiva. Que sea la forma para siempre. Que quede la palabra fijada en ese momento. Cuando no estás. Que es siempre. Que es casi siempre. Porque ya lo sabes, me gusta estar contigo. Pero no estoy contigo casi nunca. Sólo te pienso. Y me gusta pensar en ti. Pero me cansa. Y me aburre. Porque no soy capaz de inventarte. Tú eres más. Y me canso y corro para cansarme y para no insultarte. Para cansarme y no tener ya voz. Para sólo insultarme. Y que el próximo que se me cruce no pague. Aunque debería.

miércoles, 27 de enero de 2010

A GOLPES

A veces me canso de ser bueno. De ser complaciente. De hacer lo que debo. Sí. Sí. Me harto de decir que sí. De hacer lo que tú quieras. De estar a tu lado siempre. Me canso de mí. Del que soy junto a ti. De estar pensando en ti. (me gusta pensar en ti desde que pienso, pero a veces, lo siento, me canso de pensar en ti). La repetición de los días iguales es absurda. Tacho en el calendario los pasados y son iguales a los otros y a los otros y a los otros. ¿Cuándo serán los días distintos? ¿Existen días distintos? Desde que no te llamo ni me llamas todo es aburrido. Todo es monótono. Yo ya me conozco. No puedo sorprenderme. No si no estás aquí. Escucho música violenta. Te odio. Te arranco todos los atributos que poseías. Repito dos, tres palabras sobre ti. No son bonitas. No puedo decir palabras bonitas sobre ti. Sí pienso, involuntariamente, cosas sobre ti. En tus labios, tus palabras, tu alargada nariz. Pero el resto del tiempo estás mezclada con mi rabia. Eres mi rabia. Mi cabeza no soportará más tanta repetición, tanto monólogo continuo, repetitivo, tanto sobre ti. Una de dos. O dejo de pensar en ti o tendré que machacarme la cabeza. A golpes contra la pared.

martes, 26 de enero de 2010

NIEVE ESTÚPIDA

Ha nevado estupidamente. Ha nevado encima de los coches y de los tejados. No ha nevado en las calles. La nieve es melancólica. Es blanca y no suena. Cae blanda y lenta, como llenándote el corazón. Y la nieve pone triste. Todo se vuelve blanco y mejor. Y los niños gritan y se tiran bolas de nieve. Una mujer en la cama me dijo que estaba deseando que volvier a nevar para arrojarse sobre la nieve y tirar bolas y no sentir los dedos del frío. Su deseo se ha cumplido.
Yo me pregunto por qué la nieve es blanca y no roja. Sería mucho mejor. A veces quieres que la vida exprese por ti las cosas. Que lo diga. Y nada mejor que una nevada roja, una nevada ensangrentada y furibunda. Pero la nieve es melancólica y blanca. Y hay que mirarla así.
A veces digo si la vida es justa habría de suceder esto, pero es sólo cuando olvido que el mundo ya es justo. Que sucede lo que ha de suceder. Sin más. Y que si no suceden otras cosas es porque no han de suceder. Porque esas otras cosas no han merecido pasar. Y no se puede hacer nada. Tal vez sólo sentarse y esperar. Y mirar la nieve caer. Y esperar que después de la nieve caiga otra cosa. La lluvia. El sol.

lunes, 25 de enero de 2010

EL HOMBRE SALVAJE

He estado corriendo. Me he sentido libre. Fuerte. Salvaje. He corrido hasta que no he podido más. Hasta que me ha dolido todo el cuerpo. Sudaba, boqueaba, babeaba. Y he seguido corriendo. Más y más. Hasta que ya no he podido. Hasta que me he caído al suelo. Sudoroso, muerto, buscando aire desesperado. He corrido y hubiera corrido más. Porque mientras lo hacía, con violencia, mi corazón saltando, mi corazón tan rápido que me dolía, que lo sentía por primera vez en mucho tiempo, mi corazón era el que mandaba. El que enviaba la sangre. Era mi corazón y no lo demás lo que mandaba. Al fin mi corazón. Sólo mi corazón.

Y era todo sólo violencia. Movimiento. Por fin. Movimiento. Violencia. Rabia. Más rápido. Más rabia. Más fuerza. Más. Todo más. Sangre. Sudor. Saliva. Y dolor. Todo el dolor por fin en mi costado. Por fin de verdad. Por fin dolor cierto y localizado. Por fin ahí, poder señalarlo con el dedo y marcarlo y tocarlo. Ese dolor de verdad. Que lo puedes tocar y aumenta. Que no lo puedes frenar. Que no hay manera de pararlo. Que duele y que gusta y que quieres que duela más. Y más y más. Porque es cierto. Y por fin hay algo cierto, algo que puedes tocar. Algo.

Y tumbado en el suelo he comprendido que ese dolor era el salvaje. El hombre salvaje que llevo dentro de mí y que grita desde hace días por salir. El hombre que quiere estar solo. Y que para estarlo puede huir de todo. Lo suyo. Lo bueno. Lo que ha creado con sus manos. Lo que ha hecho él mismo. Lo que ha sudado y ganado. El que para estar solo puede acabar con todo. Destruirlo todo. La tierra. El mundo. La vida. Todo. Su vida. Lo que haga falta. Por estar solo y no saber nada. Y no querer nada. Y no desear nada. Sólo estar solo.

Y destruir el mundo, la vida, todo. En un afán único de que todo termine y deje de ser lo que es. Y deje de molestar. Y todo pase. Y él pueda hacerse un lado. Y ver el mundo. Ver. No tocar. No vivir. No sentir. Ver. Sólo ver. Y que así el mundo pase. Y nada más. Y todo pase. Y el tiempo pase. Y todo pase. Y nada más. Y el mundo acabe o no. Que da igual. Que todo da igual. Que el tiempo pase. Y todo pase. Y el mundo se acabe. Qué más da. Mirar o no mirar. Echarse a un lado. Y nada más. Sin el mundo. Sin nada. Sin nadie. Nada. Nada al fin. Hacer la nada. Crear la nada. Sólo la nada. Y disfrutarla.

Y hacerla yo. La nada. Romperlo todo. Tirarlo todo. Joderlo todo. Y matarlo todo. Y que nada quede. Destruir el mundo. Acabar con el. De la mejor forma posible. De la forma que se me ocurra.

El hombre salvaje. Yo. El hombre que no quiere. Ni es querido. El hombre que corre para no destruirlo todo. Para no romperlo todo. Para no acabar con todo. El hombre que no habla para no morder. El que corre no para huir, ni para llegar, el que corre para aplacar, para que todo siga vivo.

El hombre salvaje. El que viene. Ya está listo.