viernes, 13 de julio de 2007

El hoyo

En el principio era el hoyo. Y el hombre lo adoraba. Y se llevaba con él a la mujer, que por supuesto, también lo adoraba. Y también los niños. Y el amigo del hombre también iba por allí, más a comer pipas que a otra cosa, pero también adoraba al hoyo. O hacía como que lo adoraba. Y todos se reunían en torno del hoyo para verlo crecer como un niño al que se dan vitaminas.
Un día vinieron unos tipos feos y asquerosos y llenaron el hoyo de una pasta horrible. ¿El hombre se enfadó? Al revés se puso contento. Y la mujer también se puso contenta. ¿Por qué? No lo sabemos, tal vez fueran tontos. El caso es el que de las pipas seguía tan ricamente comiendo pipas como un campeón el tío.
Otro día vinieron otros tipos aún más feos y asquerosos que los anteriores y que además decían unas palabras gordísimas. Tan gordas eran que no les cabían en la boca y tenían que decirlas con dos bocas o tres bocas. El caso es que se pusieron a rellenar el hoyo recubierto de pasta hasta el techo los muy burros. El tío de las pipas se entusiasmó con aquello y comía pipas tan deprisa que dos veces se comió el dedo índice de la mano derecha y dos veces hubo de comprarse uno nuevo en una dedería de su barrio donde los tenían baratos pero le estaban pequeños. En fin, que al hombre y a la mujer les gustaba una barbaridad aquello de rellenar el hoyo.
Otro día el hombre y la mujer vieron que todo estaba bien. Y todo estaba bien. El de las pipas por no manchar dejo de comerlas y se limitó a mascar lo que pillaba por ahí: hormigas, cables o gomaespuma, lo mismo daba.
El hombre y la mujer llenaron el hueco con multitud de bibelots y cosas parecidas, que aunque al lector le parezcan cursis en verdad lo eran, pero no todas. El de las pipas se dio a la bebida con motivo de tan festivo acontecimiento y estuvo a punto de morir al confundir, en plena efusión etílica, churras con merinas. Estas últimas se enfadaron por la confusión y estuvieron persiguiéndole hasta que casi le dan alcance. ¿Qué querían de él? Pues que van a querer, comérselo, por supuesto.
El caso es que el hoyo ya estuvo lleno de cosas y también se llenó de gente. Hasta el de las pipas iba por allí. El hombre y la mujer estaban tan contentos como si hubieran ganado el mundial o como si fueran Catherine Zeta-Jones y Michael Douglas que siempre están felices como tontos. El hoyo ya no era un hoyo. Era otra cosa pero me da vergüenza decirlo.
- Ande, no sea tonto, dígalo usted.
- Verá, señorita, me da mucho apuro.
- ¿Es muy fuerte?
- No. Bueno sí. Bueno no.
- Dígalo y le enseño un tobillo.
- ¿A qué le llama usted tobillo?
- A esto que tengo encima del ombligo.
- Si es así se lo digo, pero con la condición de que enseñe también los muslos.
- Hecho.
- Verá, querida lectora, queridos todos, el hoyo no era otra que lo que había sido siempre.
- ¿El qué? ¿El qué?
- Pues el vestidor de la Pili.

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