jueves, 28 de enero de 2010

CONTIGO

Cuando hablo contigo se me ha aplaca el hombre salvaje. Se me calma. Se me cae. Después, cuando te vas, cuando no estás, me dura algo esa calma. Pero, poco a poco, me crece otra vez el hombre salvaje. Y salgo a correr y me digo, corro por no insultarla. Y no te insulto. Y corro más que nunca. Y me callo más que nunca. Porque siempre te vas. Y no estás. Y no te insulto. Y a veces me crecen las ganas de insultarte. Y de insultarme. Y de arrancarme las palabras que me voy guardando. Sacármelas. Sacármelas. No decirlas. Arrancármelas de dentro. Quitármelas para siempre. Decirlas de tal forma que sea la forma definitiva. Que sea la forma para siempre. Que quede la palabra fijada en ese momento. Cuando no estás. Que es siempre. Que es casi siempre. Porque ya lo sabes, me gusta estar contigo. Pero no estoy contigo casi nunca. Sólo te pienso. Y me gusta pensar en ti. Pero me cansa. Y me aburre. Porque no soy capaz de inventarte. Tú eres más. Y me canso y corro para cansarme y para no insultarte. Para cansarme y no tener ya voz. Para sólo insultarme. Y que el próximo que se me cruce no pague. Aunque debería.

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